Adolescencia, ¿Y ahora qué hacemos?

Si recurrimos al origen de la palabra adolescente, encontramos un sencillo pero clarificador sentido.

Adolescente en latín “adolescere”, significa “el que está creciendo” y adulto “el que está crecido”. Aquí nos da la clave de la relación que establecemos con los hijos en este momento. Son los padres, mayores en edad y por ende en madurez, quienes acompañan a los hijos en la vida a crecer, a desarrollarse, a vivir.

La adolescencia dentro de este camino, es uno de los momentos más importantes en el desarrollo de los hijos, se dan cambios a nivel físico, emocional, intelectual y social.

El adolescente está en el despertar a la vida y posee un inmenso potencial, está descubriendo el mundo adulto y dentro de él se están dando cambios, interrogantes, dudas, deseos, contradicciones que lo tienen fascinado y asustado a la vez. En este momento vital carece de la madurez que tenemos los adultos para poder canalizar esta vorágine de emociones de una forma adecuada y no cuentan con los recursos y la experiencia para poder afrontar las situaciones. Es la primera vez que se encuentran ante este desafío.

Aquí es donde los padres tenemos que acompañarlos y enseñarles a salir al mundo adulto, siendo guías y referentes que los orientemos y les ayudemos a desarrollar sus capacidades y a aprender a manejar la libertad. Para ello es necesario proporcionarles un espacio normativo, de comunicación y afectividad adecuado que les permita sostenerlos en este vaivén emocional y gestionar los cambios que se dan en ellos y en el sistema familiar de una forma sana y amorosa.

En este proceso los adolescentes necesitan que los acompañen adultos:

– Que estén en el lugar de padres y les den la seguridad que necesitan en este momento de confusión y contradicción que viven.

– Que sean emocionalmente competentes y sepan tranquilizarse y tranquilizarlos.

– Que sepan decir “no”, que les dejen quejarse cuando les dicen “no” y que sepan mantener el “no” a pesar de las quejas.

– Que entiendan lo que les pasa y sepan descifrar sus mensajes ocultos. Que sepan traducir; no lo que dicen, sino lo que quieren decir.

– Que confíen en el tesoro interior que tienen, que se halla enmascarado por la efervescencia emocional y que ellos ni siquiera ven.

– Que los impulsen a la aventura de vivir y de coger las riendas de su vida con pasión y prudencia a la vez.

– Que sepan equilibrar el amor y la firmeza.

Debe ser necesario en este proceso confiar en la capacidad que tenemos como padres, en el amor y en el sentido común, sabemos más de lo que creemos porque ya antes estuvimos en esta relación de padres-hijos, así que conocemos el vínculo.